"Saber ayudar a los niños con amor significa hacer de ellos personajes con creatividad, responsabilidad, empatía y competencia social. Y de esos niños surgirán grandes talentos"
El célebre violonchelista Pablo Casals afirmaba que cada segundo que vivimos es como un instante que nunca volverá a repetirse. Y añadía: "¿Qué enseñamos a nuestros hijos? Les decimos que dos y dos son cuatro y que París es la capital de Francia. ¿Cuándo vamos a enseñarle que son un milagro irrepetible? De ti podría surgir un Shakespeare, un Miguel Ángel o un Beethoven. Tienes la capacidad para ello, pero también para lastimar a otros niños que son un milagro como tú. Hemos de esforzarnos para que el mundo trate a los niños dignamente".
Todos tenemos una capacidad de desarrollo enorme. Pero fácilmente podemos caer en la trampa de conformarnos con ser una visión raquítica de aquello que podríamos ser. Los niños, al nacer, disponen de una alegría inherente, la de poder descubrir constantemente cosas nuevas; la curiosidad juega aquí un papel importante. Albert Einstein, cuando era un escolar suspendía varias asignaturas, pero tenía una curiosidad pasional por el mundo. Los niños poseen, además, la capacidad de disfrutar con actividades que les permiten ser artífices de cosas que ellos mismos van configurando y moldeando. A la edad de tres o cuatro años son capaces de entusiasmarse más de treinta veces al día. La palabra entusiasmo procede del griego "enthousiasmós" y significa estar impregnado de Dios. Estar tan lleno de alegría que la fuerza creativa tiende a desbordarse. Algo así como la corteza de un árbol que se resquebraja para que sus ramas se llenen de flores al recibir la sabia del entusiasmo.
¿Por qué el entusiasmo? Los conocimientos de la Neurobiología nos dicen que existe una permeabilidad recíproca entre el cerebro y los centros emocionales. Cuando nos sentimos golpeados por experiencias vitales, los centros emocionales son activados, dando lugar a una situación que puede ser comparada con la de una regadera de la que sale un fertilizante que abona el cerebro. Si no nos llega adentro, al cabo de poco tiempo nos olvidaremos de lo que hemos aprendido.
Imagínese que lográsemos observar el desarrollo del cerebro de un niño. No saldríamos de nuestro asombro al contemplar cómo se van formando millones de neuronas. Pero poco después también seríamos testigos de la muerte de una buena parte de estas y sus correspondientes enlaces por no haber conseguido integrarse en una red en la que hubiesen adquirido una función específica. Los niños se ilusionan con todo aquello que van descubriendo.
Por otra parte, también podríamos afirmar que si activamos los centros emocionales de los niños castigándolos o premiándolos, es decir utilizando las normas usuales del adiestramiento, fácilmente se supeditarían a las medidas del premio o castigo. Pero a estos niños los estaríamos incapacitando para llevar a cabo grandes tareas por suprimirles su motor interno, el que actúa desde dentro, el que nos hace querer las cosas de verdad y no solo desde fuera, únicamente porque tras la acción espera un premio o un castigo. Para que se produzca una buena estabilización de los enlaces sinápticos, sobre todo en el lóbulo frontal del cerebro, el niño tiene que ir aprendiendo a través de experiencias propias cuando se trata de resolver problemas o dominar desafíos. Es aquí precisamente donde los profesores han de poner en práctica todo su genio para saber invitar, animar e inspirar a los niños.
Si un niño ha construido una fortificación de madera es lógico que quiera ser reconocido por semejante habilidad. Pero si nadie se interesa por esa construcción, y eso no solo una vez sino varias, la experiencia de edificar castillos que inicialmente estaba unida a la de hacer tareas con entusiasmo, pronto se tornará en frustración. ¡Cuánta sabiduría pedagógica se alberga en aquellos padres que se sientan durante los juegos del hijo o la hija para disfrutar con ellos, situándose a su misma altura y dejando que tomen siempre la iniciativa, acompañándolos para que vayan desarrollando de ese modo sus talentos escondidos!
El cerebro está optimizado para resolver problemas. Con tal motivo los niños buscan siempre nuevos desafíos que contribuirán a su buen desarrollo. Es de gran ayuda para ellos que se involucren en asuntos importantes que les hagan actuar con responsabilidad. De este modo los niños se darán cuenta del enriquecimiento que les supone vivir con disciplina y competencia social. Hoy en día, cuando un alumno que ha sacado buenas notas durante el bachillerato alemán pretende obtener una beca mejor dotada ya no se tienen en cuenta solo sus calificaciones, sino actividades tales como haber trabajado en una residencia de la tercera edad o en un Kindergarten con los niños.
La emergencia educativa requiere amar de verdad y no solo un mero cumplimiento de normas.
¿Por qué el entusiasmo? Los conocimientos de la Neurobiología nos dicen que existe una permeabilidad recíproca entre el cerebro y los centros emocionales. Cuando nos sentimos golpeados por experiencias vitales, los centros emocionales son activados, dando lugar a una situación que puede ser comparada con la de una regadera de la que sale un fertilizante que abona el cerebro. Si no nos llega adentro, al cabo de poco tiempo nos olvidaremos de lo que hemos aprendido.
Imagínese que lográsemos observar el desarrollo del cerebro de un niño. No saldríamos de nuestro asombro al contemplar cómo se van formando millones de neuronas. Pero poco después también seríamos testigos de la muerte de una buena parte de estas y sus correspondientes enlaces por no haber conseguido integrarse en una red en la que hubiesen adquirido una función específica. Los niños se ilusionan con todo aquello que van descubriendo.
Por otra parte, también podríamos afirmar que si activamos los centros emocionales de los niños castigándolos o premiándolos, es decir utilizando las normas usuales del adiestramiento, fácilmente se supeditarían a las medidas del premio o castigo. Pero a estos niños los estaríamos incapacitando para llevar a cabo grandes tareas por suprimirles su motor interno, el que actúa desde dentro, el que nos hace querer las cosas de verdad y no solo desde fuera, únicamente porque tras la acción espera un premio o un castigo. Para que se produzca una buena estabilización de los enlaces sinápticos, sobre todo en el lóbulo frontal del cerebro, el niño tiene que ir aprendiendo a través de experiencias propias cuando se trata de resolver problemas o dominar desafíos. Es aquí precisamente donde los profesores han de poner en práctica todo su genio para saber invitar, animar e inspirar a los niños.
Si un niño ha construido una fortificación de madera es lógico que quiera ser reconocido por semejante habilidad. Pero si nadie se interesa por esa construcción, y eso no solo una vez sino varias, la experiencia de edificar castillos que inicialmente estaba unida a la de hacer tareas con entusiasmo, pronto se tornará en frustración. ¡Cuánta sabiduría pedagógica se alberga en aquellos padres que se sientan durante los juegos del hijo o la hija para disfrutar con ellos, situándose a su misma altura y dejando que tomen siempre la iniciativa, acompañándolos para que vayan desarrollando de ese modo sus talentos escondidos!
El cerebro está optimizado para resolver problemas. Con tal motivo los niños buscan siempre nuevos desafíos que contribuirán a su buen desarrollo. Es de gran ayuda para ellos que se involucren en asuntos importantes que les hagan actuar con responsabilidad. De este modo los niños se darán cuenta del enriquecimiento que les supone vivir con disciplina y competencia social. Hoy en día, cuando un alumno que ha sacado buenas notas durante el bachillerato alemán pretende obtener una beca mejor dotada ya no se tienen en cuenta solo sus calificaciones, sino actividades tales como haber trabajado en una residencia de la tercera edad o en un Kindergarten con los niños.
La emergencia educativa requiere amar de verdad y no solo un mero cumplimiento de normas.
(Artículo "¿Somos una versión raquítica de lo que podríamos ser?", de Alfred Sonnenfeld, Doctor en Medicina y Teología. Catedrático de la Unir)
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