Una novela más de Ian McEwan. Pero ésta para mi era un poco especial. Hacía tiempo que tenía ganas de leerla. Fue su primera Gran Novela. Me atraía ese aura de novela de éxito premiada que la rodeaba (fue premio Booker, y en español va por su 8ª edición) y que podía mostrar al más real McEwan, combativo, despiadado y auténtico.
No me ha defraudado. La historia está llena de aristas, de dobleces, de personajes que parecen ser lo que son pero que después no son en realidad lo que pensamos. Y ni por asomo podemos saber lo que piensan. Tres hombres de éxito, un ministro de asuntos exteriores, un compositor consagrado y un director de un periódico crítico con el poder establecido, están unidos por su relación, antes sentimental y ahora de amistad, con Molly Lane. Ésta está casada a su vez, para enredar más las cosas, con un multimillonario al que en realidad nunca ha querido mucho. La pobre Molly muere de una penosa enfermedad y en su cremación coinciden los personajes mencionados. A partir de aquí comienzan a desarrollarse una serie de acontecimientos, con unas fotos comprometidas por el medio, que desembocan en un curioso final en Amsterdam.
McEwan muestra aquí una prosa clara y directa que le sienta como anillo al dedo a ese característico humor de sus más originales novelas en las cuales no sabes si reír o llorar. Vamos, muy de estilo inglés, pero elevado a la n-ésima potencia. Aparecen en la novela varios juegos de palabras que para que cobren sentido en castellano han de ser explicados por el traductor (Jesús Zulaika). Pero que no hacen sino demostrar el dominio del lenguaje y el corrosivo humor del que hace gala el autor.
Insisto una vez más que con este autor no puedo ser demasiado objetivo, me encanta, pero la novela me ha vuelto a atrapar desde el principio, he devorado cada página con avidez y la he acabado con esa sensación agridulce de ¿por qué se ha acabado ya? Sólo me queda el consuelo de que aún tengo libros de McEwan por leer.