Llevado por una vorágine irracional de leer todos los Premios Planeta y sus finalistas durante la década de los 90, descubrí a un escritor que me resultaba del todo desconocido, pero que su libro ganador del Planeta en 1978 ostentaba un título sugerente La muchacha de las bragas de oro. Sin embargo no quedó una honda huella en mí después de leerlo, como ocurrió con otros premios Palnete y finalistas que todavía recuerdo con detalle:
En busca del Unicornio de Eslava Galán,
Pequeño teatro de Ana Mª Matute,
Y Dios en la última playa de Cristóbal Zaragoza
Yo, el rey de Vallejo-Nájera
Pura vida de Mendiluce
La mujer de otro de Luca de Tena
Sin embargo habría de leer Rabos de lagartija para descubrir en todo su esplendor a este autor catalán, coherente con sus ideas y atípico en el panorama editorial. Este libro me transportó a las paredes de piedra que separaban los campos de mi pueblo, a las paredes desconchadas de las casas abandonadas donde jugábamos a ser bandidos, a los arroyos donde cazábamos renacuajos con la esperanza de verlos convertirse en ranas o al nido de golondrinas que después de derribar y sentirnos culpables por la barbarie, nos llevaba a dar de comer a los pollos e intentar salvarlos a toda costa.
Para mí eso es un buen libro, el que te hace aflorar esos recuerdos olvidados de otro tiempo y otra persona que ha llegado a convertirse en los que somos hoy. Y Juan Marsé lo consigue en este libro y por ello le estoy agradecido.
Enhorabuena por un premio Cervantes 2008 que, desde mi punto de vista, llega tarde, pero es totalmente merecido. Felicidades y a disfrutarlo.