lunes, 29 de julio de 2013

EL DIARIO DE ANA FRANK

"Podrán callarnos, pero no pueden impedir que tengamos nuestras propias opiniones" (Ana Frank)

"Por lo general, la gente estúpida no soporta a alguien más inteligente que ellos" (Ana Frank)

El 15 de abril de 1945 tropas británicas liberaron el campo de concentración de Bergen-Belsen en Alemania, el horror que hallaron en él, fue inenarrable. Durante el mes anterior habían muerto de hambre más de dieciocho mil prisioneros, entre ellos numerosas mujeres, a las que se hubo de añadir las 9300 personas fallecidas por las mismas causas durante el mes en curso. En ese hecatombe casi total se encontraba una niña judía de 14 años que había redactado casi día a día, las vicisitudes de la ocupación alemana de Holanda y más concretamente la de Amsterdam, donde su familia se había establecido precedente de Frankfurt en donde existía una numerosa comunidad judía de comerciantes y gente de negocios (no en vano los famosos banqueros de Rothschild eran originarios de ella). El destino quiso que su Diario se conservara y llegada la ansiada paz, pudiera publicarse para convertirse en un testimonio de primer orden -una más de las atrocidades perpetradas por los dirigentes nazis en aquella contienda cuyo balance final quintuplicara con creces los registrados en la Primera Guerra Mundial. 


Ana Frank había nacido el 12 de junio de 1929, tres meses antes de que se desencadenara una depresión económica como nunca había sufrido el mundo industrializado. La histórica ciudad de Frankfurt sobre el Main, ofrecía hasta entonces una boyante vida comercial y de negocios, pero el padre de Ana, buscando nuevos horizontes como tantos otros correligionarios, quiso probar fortuna en la hermosa capital holandesa de los canales que desde hacía varios siglos había recibido un considerable flujo de judíos, los cuales contribuyeron en gran manera al esplendor de la ciudad, no sólo económico, sino cultural, no en vano había contado con filósofos como Spinoza.
Pero Amsterdam no sólo había abierto sus brazos a los judíos sino a otros perseguidos por sus creencias como los hugonotes en el siglo XVI y los puritanos ingleses en el XVII.  Era pues un remanso de paz y libertad que comenzaría a tambalearse en 1933 cuando un megalómano se hizo con el poder en Alemania. Este megalómano se llamaba Adolfo Hitler. Ana tenía entonces cuatro años.
De momento, la vida continuaba alegre y bulliciosa en aquella Venecia del Norte y Ana crecía, alternando sus juegos infantiles con su asistencia a la Escuela Primaria Montessori, pionera en la renovación pedagógica. Las primeras leyes restrictivas contra los que supuestamente no eran arios, en especial, los judíos, marxistas y otros grupos considerados de condición inferior o indeseables, decretadas por el recién estrenado III Reich Alemán, quedaban todavía demasiado lejos.


Las aguas holandesas fueron minadas por la Aviación germana produciendo numerosas bajas entre los buques neerlandeses, preludio de la invasión del país por el III Reich de forma fulminante con lanzamiento de paracaidistas al sur de Rotterdam y en las cercanías de La Haya. Era el 10 de mayo de 1940.
Completada la ocupación, de momento se impuso la tolerancia mutua entre holandeses y germanos. Arthur Seyss-Inquart fue nombrado comisario del Reich para los Países Bajos, cargo que ostentará hasta el final y le llevará a morir ahorcado en Nuremberg.
Pero los patriotas holandeses no pudieron permanecer inactivos durante mucho tiempo y se constituyeron las primeras células de resistencia entre los medios universitarios. El fatal deslizamiento hacia los enfrentamientos sangrientos tuvo lugar a principios de 1941. El 11 de febrero un activista pronazi resultó mortalmente herido.
La reacción de la prensa colaboracionista fue terrible: "Los judíos han matado a uno de los nuestros mostrando su auténtico rostro". Las redadas, una vez iniciadas, ya no se interrumpirían y pronto comenzarían las deportaciones sistemáticas hacia los campos de exterminio.
Otto Frank, el padre de Ana, previniendo las fatales consecuencias puso todo su empeño en garantizar la seguridad de los suyos y a tal fin habilitó junto a su oficina un Anexo Secreto que pronto iba a hacerse famoso y en el que se refugiaron también la familia Van Daan y un tal señor Dussel.
Ana había sido obligada a cursar la Segunda Enseñanza en una secundaria judía junto con su hermana Margot, unos dos años mayor que ella y a la que quiso, hasta su muerte, con toda el alma.
Los judíos habían sido obligados a llevar una estrella amarilla y a cedes sus bicicletas. Se les prohibió subir a un tranvía así como conducir un coche. Tenían que realizar sus compras en establecimientos ex profeso exclusivamente para judíos y en un tiempo máximo de dos horas por la tarde. No podían salir después de las ocho de la noche, participar en deportes públicos, entrar en instalaciones deportivas como piscinas, canchas de tenis y de hockey, relacionarse con cristianos... Ana fue anotando prolijamente detalle a detalle, el duro acontecer que se había fraguado sobre ella, ajena a la importancia que en un futuro iba a tener su Diario, con un estilo intimista que rezumaba las más tiernas sensaciones de una muchacha propia de su edad pero con una entereza impropia de ella.



"Qué maravilloso sería que nadie tuviese que esperar ni un momento para empezar a mejorar el mundo" (Ana Frank)