En algún lugar, hace mucho tiempo, leí una interesante y bien fundada comparación entre Julio Verne y Alberto Vázquez-Figueroa. Se comentaba de este último que era el moderno escritor de aventuras, visionario y de gran poder de convicción. Hasta este momento y hasta este libro, "Los ojos del tuareg", nada había leído de este autor, aunque de esa comparación yo añadiría una faceta de Vázquez-Figueroa que me ha llamado la atención, y es la denuncia, la defensa del débil y, concretamente en este libro, la defensa de África y de sus pobladores.
Cuando se publicó este libro, allá por el año 2000, el rallie París-Dakar se encontraba en pleno apogeo, movía cifras millonarias y las televisiones le dedicaban en su programación un apartado especial con muchos minutos. A mucha gente les interesaba saber quien iba a ganar en la categoría de coches, de motos o de camiones. Y mientras tanto las casas comerciales que patrocinaban el evento frotándose las manos.
Sin embargo a nadie le interesaba saber cuanto niños habían resultado heridos o muertos por atropello, o cuanto ganado había perecido bajo las implacables ruedas de los vehículos, o incluso tampoco nadie se preopcupaba por los desperdicios que tan inhumana caravana iba dejando. Y la manera en que se degradaba un mediambiente todavía virgen con tan brutal asalto.
E
s aquí donde el autor puso su granito de arena para luchar contra este abuso, creando una novela de denuncia en la que el protagonista, un guerrero tuareg, se enfrenta a toda la organización por un acto totalmente injusto del que es víctima. Además, y por si fuera poco, este guerrero tuareg es el hijo del protagonista de un libro anterior de Vázquez-Figueroa, "Tuareg", guerrero que atesora valores como el honor, la valentía, el respeto a las tradiciones y costumbres de sus mayores, la sabiduría, la paciencia, valores tan escasos y que tanto se echan de menos en nuestros tiempos.En el libro se desvelan las tramas corruptas que protagonizan los organizadores del rallie y los enormes intereses económicos y políticos que éstos defienden. Y sobre todo queda patente el gran conocimiento del autor sobre el desierto, sus gentes y sus costumbres, lo que le da un valor añadido al libro y a la misión de denuncia que subyace.