Puede que James Lovelock sea el gran conservacionista de la historia. Y no porque haya hecho grandes campañas políticas o publicitarias sobre la defensa de los animales, de las plantas o del medio natural. Ni porque haya pertenecido a organizaciones no gubernamentales o sin ánimo de lucro. Sino porque ha pasado toda una vida dedicada a trabajar e investigar de forma independiente y sin atarse a ningún organismo público o privado. Cómo ha sido capaz de sobrevivir en un mundo tan compentitivo como el de la ciencia de los grandes laboratorios y las grandes inversiones sólo él lo sabe, pero ahí está su legado.
Homenaje a Gaia es su biografía científica. Es una biografía sincera y comprometida, donde cuenta todo lo que de relevante ha tenido su vida científica y personal. Y ha de ser así porque no se entiende la una sin la otra.
Su mayor contribución científica fue el desarrollo del detector de captura de electrones (ECD), lo que le permitió medir el aumento de los clorofluorocarbonos (CFC)en la atmósfera. La consiguiente demostración de que estos gases eran los causantes del agujero en la capa de ozono llevó a su prohibición en la industria. Y pensemos que eran utilizados como propelente en la mayoría de aerosoles que utilizábamos en nuestras casas.
Su trayectoria científica no ha estado exenta de polémica, por ejemplo cuando defiende abiertamente la energía nuclear como alternativa a la quema de combustibles fósiles. Hoy día cada vez hay más voces a favor de este tipo de energía que, como mal menor, sólo genera residuos radiactivos que pueden ser almacenados con ciertas garantías. Incluso hay expertos que consideran que ya es demasiado tarde para frenar el cambio climático aunque se utilizara la energía nuclear. Yo me encuentro entre el sector pesimista y creo que ya es demasiado tarde para cualquier medida, y, sobre todo, viendo la poca disposición que tenemos en los países desarrollados a cambiar nuestros hábitos completamente insostenibles.
También fue James Lovelock el gran abanderado de la cultura New Age, cosa que consiguió sin proponérselo en absoluto y como resultado de su teoría sobre una Tierra que se autorregula, que rápidamente los seguidores del movimiento New Age identificaron con la Madre Tierra, aunque ni mucho menos era esa la idea de Lovelock. Esta empresa de la teoría Gaia posiblemente no fuera tal como es sin la colaboración de una gran científica y amiga del autor como es Lynn Margulis.
De vuelta al libro, me ha parecido especialmente aleccionador el capítulo dedicado a su grave enfermedad de corazón, que James Lovelock enfrentó con una entereza digna de encomio. En ningún momento paró su actividad científica, salvo en los momentos puntuales de ingreso en hospitales.
Como reza el título del libro, es un verdadero y sentido homenaje a esta vieja Tierra que nos sostiene y nos mantiene, aunque no sé a ciencia cierta durante cuanto tiempo más.
Las fotos que acompañan este post están tomadas en los lugares donde para mi la naturaleza se se presenta en toda su grandeza y esplendor, ajenas a la mano del hombre, y no son sino las MONTAÑAS.