domingo, 22 de octubre de 2006

La conjura de los necios (parte 2ª)



    Que placer volver al regazo de un personaje conocido, admirado y querido. Y cuanto por descubrir en una segunda lectura de la conjura de los necios. En este segunda entrega mi intención es centrarme en los aspectos puramente literarios y no en los sentimentales de los que ya me ocupé en la nota previa.

    Este libro es una verdadera obra de arte porque tiene el mérito de convertir lo más absurdo de una vida anodina y vulgarmente corriente en un asunto de interés público, y más aún, de interes para el gran público. La propia vida de Ignatius no es más que la miserable vida que viven millones de seres en los países desarrollados, aunque lógicamente, el perfil que se describe sea el de la miserable clase media-baja de los Estados Unidos. Ya sólo el comienzo revela esa hipocresía social enquistada en la puritana sociedad norteamericana. Que quieren que les diga, desde mi cerrazón europea, no los entiendo. Pensemos que ocurriría en España si nos dicen que nos va a detener un policía por nuestro aspecto físico de "sospechosos". Por supuesto la madre de Ignatius, la señora Irene y su inseparable amiga Santa inciden todavía más en esa mojigatería, pendientes constantemente del que dirán. No hay nada más encorseatdo que vivir pendiente de los demás sin ser totalmente libre para ser uno mismo.

    No menos absurda es la situación del policía Mancuso. Parece ser que no existía por entonces una ley de protección del policía, y se podía hacer con él prácticamente lo que se quisiese. Tal vez algo de esto hiciese falta hoy en día para algunas personas, digamos, poco responsables con su trabajo.

    También me ha llamado poderosamente la atención la facilidad que tiene Ignatius para darle la vuelta a cualquier situación comprometida de tal manera que el culpable sea el otro. Su orgullo siempre está a salvo porque el lo hace todo con el convencimiento del genio, del que nunca se equivoca. Por cierto, que no puedo evitar pensar, al escribir estas líneas, cuan fercuente es en nuestros días este tipo de actitudes prepotentes y egocéntricas, y si no me creen hojeen cualquier periódico por la sección política. A diferencia de lo que ocurre en nuestra realidad cotidiana, Ignatius si demuestra al final del libro una pequeña llamarada de generosidad y reconocimiento de su culpa y el acierto del único "amor" de su vida, la también excéntrica Mirna Minkoff.

    También es sublime la descripción que hace de un matrimonio acomodado y burgués, los señores Levy. El señor Levy, hijo de un industrial de éxito, que ha nacido y vivido en la abundancia, lo que le permite echar a peder, por desidia y desinterés, la empresa que su padre levantó durante toda una vida. Menos mal que Ignatius es, ante todo, un agitador de conciencias. Gracias a su intervención divina el señor Levy reaccionará por defender lo suyo.

    Finalmente, y dado que esto es un lugar de críticas literarias, quisiera dar un tirón de orejas a los traductores de la edición de Quinteto de la editorial Anagrama, J.M. Álvarez Flores y Ángela Pérez. En cuatro ocasiones he podido constatar la utilización de la expresión incorrecta "detrás suyo", cuando debe decirse "detrás de él". Asi mismo, y esto no es único de esta traducción, pues desgraciadamente aparece en multitud de libros, aparece en diversas ocasiones expresiones con el laismo, tan arraigado en nuestra capital de España. Pido más cuidado con estos detalles que son fácilmente corregibles y así no perseveramos en el error. Ya saben, se aprende a hablar leyendo.

    Finalmente, déjenme que les recomiende una página relacionada con el libro:

    - Sorprendente tour sobre Nueva Orleans, por los sitios emblemáticos del libro. Veanlos en fotografías aqui. Merece la pena.