lunes, 26 de julio de 2010

Transatlántico

Las vacaciones de verano recién estrenadas y un gran viaje por realizar. La compañía de un libro es imprescindible y dada la naturaleza del viaje, el libro electrónico no resulta una buena opción, así que ahí voy yo a la biblioteca municipal dispuesto a encontrar el acompañante perfecto para los días de asueto lejos del hogar. No sé muy bien que elegir, pero disfruto enormemente vagando por las estanterías buscando y rebuscando títulos y autores. Unos me son familiares, los he leído o tengo en mente hacerlo, otros me suenan de revistas o suplementos culturales, otros no los he oído en mi vida. Pero la gracia está, no en buscar el libro, sino que el libro venga solo a tu mano. Y en estas estoy cuando paso por segunda vez frente a una estantería temática, de esas que tanto gustan en las bibliotecas con la sana intención de sacar del ostracismo algunos libros olvidados en las estanterías más oscuras. En este caso el tema es Grandes Viajes. Genial, pienso. Justo lo que necesito en este momento en que me dispongo a emprender uno de estos grandes viajes.

Ojeo varios lle
nos de fotos, pero son enormemente pesados para cargar con ellos. Hay que ser prácticos y elegir algún libro ligero, pues habrá que cargar con él durante muchos kilómetros. Como por arte de magia salta de la estantería este Transatlántico de Witold Gombrowicz, escrito en 1953. Es ligero, sólo 160 páginas, está en edición de bolsillo y me resulta totalmente desconocido. Buena oportunidad de descubrir a un escritor. Encima polaco, de los que no abundan mucho en mi biblioteca. No hay duda, este es mi libro para mi gran viaje. Y justo al día siguiente empieza mi aventura particular de su lectura...

Sinceramente no sabría como calificar este libro. No sé si me ha gustado o no. Por momentos me parecía realmente absurdo, pero no podía dejar de leerlo. Otros momentos me interesaba mucho la historia, pero me aburría sobremanera la forma de expresarse. Desde luego es distinto a todo lo que había leído, pues es absurdo, pero para nada cómico. Es más, su lectura deja un poso de tristeza y melancolía de la que es difícil desprenderse aún ahora, cuando ya hace días que finalicé su lectura. El autor deja bien claro en el prólogo que no es una autobiografía, pero a medida que me sumerjo en su lectura no puedo evitar ver a su autor reflejado en la historia, a pesar de que sólo he leído unas cuantas notas sueltas sobre su vida.


Al igual que el autor, el personaje de esta historia emigra a Argentina durante la II Guerra Mundial y allí entra en contacto con sus pintorescos compatriotas. Gente completamente demente, a las que se puede acusar de vivir una muy buena vida mientras en su país sus compatriotas se dejan la vida luchando contra la invasión alemana.

Para acabar de complicar la historia aparece en escena un puto que se hace amigo del protagonista y se enamora de un joven polaco. Todo vuelve a ser disparatado, excéntrico, excesivo. Nada parece tener nada que ver con la realidad, salvo una cosa, posiblemente la más importante, los sentimientos...