sábado, 19 de enero de 2008

La antigüedad de los libros


Javier Marías publicó en El País Semanal de hace unos días su artículo habitual al final del mismo. He de confesar que es lo primero que leo del Semanal, por el interés que despierta en mí y por el hecho, creo que no tan raro, de comenzar a leer periódicos y revistas por el final.

Pero esta semana me llamó la atención poderosamente al hablar de la caducidad de los libros. Se planteaba como su último libro, publicado sólo hace unos meses, ya se encuentra en las estanterías traseras de las librerías, dejando paso a las nuevas publicaciones de hace sólo unas semanas. Yo nunca había pensado que los libros caducan o se hacen viejos. Esto es lo mismo que decir que pierden interés. Bueno, no todos, claro.

No ha caducado ni perdido interés el Quijote, no ha caducado Macbeth, no ha caducado Romeo y Julieta, ni El Lazarillo de Tormes, ni La Celestina, ni siquiera los episodios nacionales,… ¿Por qué no han caducado estos libros? ¿Por qué se siguen leyendo año tras año y siglo tras siglo? ¿Por qué se hacen adaptaciones, traducciones, ediciones de lujo, ediciones comentadas, etc.?

La primera respuesta que se me ocurre es la calidad propia de los textos, que los hace diferentes de los demás. Pero hablar de calidad de un libro es un tema peliagudo. Yo no sería capaz de clasificar a un libro por su calidad, entre otras cosas por mi incapacidad manifiesta para clasificar nada, aunque sí puedo decir si me ha gustado más o menos un libro que otro, y sobre todo, si me ha hecho feliz el leerlo.

Puede que la calidad de un libro sea precisamente eso, la capacidad de un libro para hacer felices a las personas. Y su perduración a lo largo del tiempo puede que sea debido a su enorme capacidad colectiva de provocar felicidad inmensa.

Aunque desde luego, a los alumnos de secundaria que pueblan nuestros institutos no les hace demasiado feliz leer el Quijote, el Lazarillo o el Cantar de Mío Cid. Es más, estoy convencido que les amargan varias horas de lectura fatigosa y otra hora más de examen o comentario de texto.

En fin, seguiré pensando donde reside la caducidad de un libro, y si alguien me puede ayudar, pues mil gracias.

lunes, 14 de enero de 2008

Inquisiciones Peruanas

Ya no sé si achacarlo al destino, a la casualidad o al enigmático mundo de seres más ajenos a este mundo que incluídos en él que pueblan los libros de Fernando Iwasaki. Pero una vez más un libro suyo apareció ante mi sin poderme resistir a la tentación infame de cogerlo y leerlo. En este caso fue en la biblioteca, sobre una estantería por la que yo no debía haber pasado, y, sin embargo, pasé. Estaba expuesto, quiero pensar, que para mí.

Ya había aparecido Fernando Iwasaki en las páginas de opinaRed (Ajuar Funerario), y vuelve con un libro fresco, de antiguo. Con su inconfundible estilo de español arcaico, añejo, que domina con maestría, nos cuenta una serie de procesos llevados a cabo por la Inquisición en la ciudad de Lima contra religiosos, beatos, santas fingidas, frailes. Y por supuesto no falta el contrapunto final humorístico, donde al horror vivido por los procesados, Iwasaki le saca una nota de optimismo y sabiduría. En ellos se mezcla el goce carnal con el goce celestial, aunque el final no suele ser feliz. Ya se sabe, mezclar goces nunca trajo nada bueno, y menos aún si eres monje, fraile o cura.

Los 17 procesos que enumera el autor son reales, y quedan perfectamente enclavados históricamente, pues Iwasaki revela la fuente de donde han sido tomados (casi todos ellos en el Archivo Histórico Nacional de Madrid, que para mí se ha revelado como una fuente de historias inacabable). Esto le da el toque de credibilidad perfecto a unos relatos que ya de por sí merecen la pena, por curiosos, simpáticos y amenos.