No suelo (de hecho esta es la primera vez que lo hago en este blog) comentar ningún libro que no haya leído antes, pero en esta ocasión me veo obligado a hacer una excepción. Y es que este libro "1001 libros que hay que leer antes de morir", lo quiero comentar, pero por supuesto, no lo voy a leer. Y no me sirve de excusa el hecho que tan magníficamente pone de manifiesto un anuncio publicitario sobre lo que nos gustan a las personas las listas, aunque sospecho que son los coches que están más arriba de la lista de presuntuosidad lo que nos vuelve locos.
No mentiré, a mi también me gustan las listas, pero en lo tocante a libros soy yo el que hago mi propia lista, basándome en otras listas, en opiniones, en consejos, en mi propia experiencia. Pero eso de que varios señores decidan por mi lo que tengo que leer o no leer sin conocerme de nada, no me inspira la más mínima confianza. No quiero con esto dudar de la capacidad y el conocimiento que Peter Boxall, para la edición internacional y José Carlos Mainer, para la selección hispanoamericana, puedan atesorar, pero esto me suena a profesora de Literatura obligándonos a leer una serie de libros que en ese momento no nos apetecen.
Yo entiendo la literatura como placentero, voluntario, nadie debe decirnos que leer, como nadie nos dice cuando debemos ir al cine y que película debemos ver. Nos podemos equivocar, pero seremos nosotros solos, y si acertamos el placer de haber elegido algo sublime se acentúa mucho más.
Háganme caso, pregunten sobre libros, lean críticas autorizadas y desautorizadas, hablen de literatura con sus amigos, también con sus enemigos y después de estar convenientemente informados, decidan si quieren leer un libro o no, pero que nadie ajeno se lo imponga.
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Hace 5 semanas
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