¿Hasta dónde llega nuestra solidaridad? En catástrofes tan monstruosas como la ocurrida en Haití, se pone de manifiesto que gran parte de la sociedad española se solidariza con los afectados y todos nos lanzamos a donar dinero, promover campañas de recogida de material y alimentos, remover conciencias de nuestros semejantes y horrorizarnos viendo las imágenes por televisión de gente que tenía muy poco y ahora no tienen nada más que hambre, frío y miseria.Pero el pasado fin de semana me topé con El País Semanal, suplemento dominical del diario El País. La portada muestra a un derrumbado haitiano sentado sobre los restos de un derrumbado edificio. Sucio, resignado, descalzo y abatido, parece preguntarse por el futuro que le espera. El título resulta alentador: Haití No Olvidamos.
La primera mitad de la revista es un sucesión de artículos y fotografías que recogen momentos sobrecogedores de la tragedia, testimonios, algún rayo de esperanza entre tanto caos. Hay recuerdos para otras catástrofes naturales que han asolado a la Humanidad en los últimos años. Hay algún artículo dedicado a esos héroes anónimos que con la excusa de hacer su trabajo, salvan vidas, reparten alimentos, reconstruyen ciudades derruidas, curan enfermedades,... El reportaje gráfico resulta admirable.
Comienza a llamar mi atención que entre estas páginas de miserias y esperanzas se cuela algún anuncio de perfumes caros o cosméticos que prometen una piel radiante. Francamente rompen el mensaje trágico que se lee en las páginas adyacentes. Es imposible comprender que la salvación de un niño rescatado de entre los escombros pueda compartir página con la edición especial de una joya conmemorativa del día de San Valentín y que llegue a costar hasta 1250 €. Empiezo a no entender nada.
Mis esquemas se desmoronan definitivamente cuando hacia la mitad de la revista comienza el especial día de san valentín (me resisto a ponerlo con mayúsculas). Con el corazón sobrecogido por todo lo leído anteriormente, ahora me encuentro con regalos, perfumes, canciones de amor, deseos románticos, cocina para conquistar con sofisticados platos y todo girando en torno a gastar y derrochar sin contemplaciones.
Por eso me pregunto, ¿es cierta nuestra solidaridad? ¿Sentimos empatía real por el que sufre, por el que padece una tragedia? ¿Somos capaces de prescindir de alguna de nuestras comodidades o costumbres estúpidas y derrochadoras? Creo sinceramente que el ser humano es cada vez más individualista y sólo nos conmueve de verdad lo que nos afecta directamente. Somos perfectamente capaces de sobrecogernos por el mayor horror posible y, para no deprimirnos demasiado, ir a una sesión de spa para que las arrugas provocadas por la contemplación de imágenes no deseadas no afecten a nuestro radiante rostro. Así sea.
La primera mitad de la revista es un sucesión de artículos y fotografías que recogen momentos sobrecogedores de la tragedia, testimonios, algún rayo de esperanza entre tanto caos. Hay recuerdos para otras catástrofes naturales que han asolado a la Humanidad en los últimos años. Hay algún artículo dedicado a esos héroes anónimos que con la excusa de hacer su trabajo, salvan vidas, reparten alimentos, reconstruyen ciudades derruidas, curan enfermedades,... El reportaje gráfico resulta admirable.
Comienza a llamar mi atención que entre estas páginas de miserias y esperanzas se cuela algún anuncio de perfumes caros o cosméticos que prometen una piel radiante. Francamente rompen el mensaje trágico que se lee en las páginas adyacentes. Es imposible comprender que la salvación de un niño rescatado de entre los escombros pueda compartir página con la edición especial de una joya conmemorativa del día de San Valentín y que llegue a costar hasta 1250 €. Empiezo a no entender nada.
Mis esquemas se desmoronan definitivamente cuando hacia la mitad de la revista comienza el especial día de san valentín (me resisto a ponerlo con mayúsculas). Con el corazón sobrecogido por todo lo leído anteriormente, ahora me encuentro con regalos, perfumes, canciones de amor, deseos románticos, cocina para conquistar con sofisticados platos y todo girando en torno a gastar y derrochar sin contemplaciones.
Por eso me pregunto, ¿es cierta nuestra solidaridad? ¿Sentimos empatía real por el que sufre, por el que padece una tragedia? ¿Somos capaces de prescindir de alguna de nuestras comodidades o costumbres estúpidas y derrochadoras? Creo sinceramente que el ser humano es cada vez más individualista y sólo nos conmueve de verdad lo que nos afecta directamente. Somos perfectamente capaces de sobrecogernos por el mayor horror posible y, para no deprimirnos demasiado, ir a una sesión de spa para que las arrugas provocadas por la contemplación de imágenes no deseadas no afecten a nuestro radiante rostro. Así sea.
Tienes toda la razón, no somos solidarios ni lo seremos, aunque le toque la catástrofe al vecino de al lado. ¿Qué tendrá que pasar para que ésto cambie?
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