jueves, 5 de octubre de 2006

La conjura de los necios (parte 1ª)



No suelo releer ningún libro, pues tiendo a pensar que hay demasiados libros interesantes y muy poco tiempo para leerlos. Releer un libro significa renunciar a leer otro u otros. Pero este caso de La conjura de los necios es especial. Y además lo es por varias razones:

* Lo leí porque me lo prestó un compañero de la Universidad en primero de carrera, y nunca se lo agradeceré lo suficiente. Nunca funcionó tan bien el boca aboca en la promoción de un libro. (También es verdad que este mismo compañero me aconsejó leer "American Phsyco" de Bred Easton Ellis y además, para más inri, lo compré, a pesar de los escasos medios económicos con los que contaba en aquella época para estos menesteres. A mi este "American Phsyco" me impresionó bruscamente, quién lo haya leído sabrá por qué y quién no lo haya leído pues no seré yo el que se lo recomiende. Menuda inversión hice. Eso si, en mi descargo diré que no me dejé convencer para ir a ver la película. Imagino que son cosas que pasan).

* Para mi este libro rezuma aroma de estudiante universitario. Huele a las aulas de la universidad, huele a agobios de exámenes, a la cafetería, a la partida de mus, a la espera eterna de las listas de notas tras los exámenes en el tablón de anuncios. Huele, incluso, a otros libros de la biblioteca, libros usados, desgastados, mil veces subrayados, pero siempre útiles. En este libro libro se reflejan muchos compañeros de penurias, pero sobre todo, de alegrías, muchos de ellos perdidos quizá para siempre en el devenir de la vida. Aún me han venido a la memoria diferentes entornos o situaciones de mi época universitaria, en las cuales leía algún pasaje especialmente memorable de La conjura de los necios.

* Y huele, más que nada, a la búsqueda casi obsesiva de un Ignatius J. Really entre todos los que se cruzaban conmigo. Es un personaje tan real, tan vivo, tan presente, que uno espera encontrarlo a la vuelta de la esquina, aunque no sé si para abrazarlo, recriminarle o, simplemente, ignorarle. Pero no cabe duda de que es un personaje que pasa a formar parte del lector prácticamente desde la primera página. Creemos verle en alguien con quien nos cruzamos por la calle, a pesar de que sabemos sobradamente que Ignatius J. Really es irrepetible.

(aún queda algo más)

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