"No se puede vivir solo de odiar un recuerdo"
Decidí que esta fuera mi última lectura del 2023. Una novela a la que le tenía ganas por las criticas leídas y oídas sobre ella. Es cierto, en ocasiones me sucede, que la portada me llamó la atención y es como si el libro te llamara para ser leído. Investigué un poco sobre la autora, la cual conocía en su papel de actriz, y pude comprobar que se inicia en este mundo literario con "La sombra de la Tierra".
La novela se sitúa a finales del siglo XIX en Villaveza del agua, un pequeño pueblo de Zamora. Elvira Mínguez construye dos personajes protagonistas que se disputan el trono con el mismo merecimiento.
Una vez oí el dicho "pueblo pequeño, infierno grande" y puedo decir que esta novela refleja a la perfección el refrán popular. Puedo asegurar, que en pleno siglo XXI aunque hemos mejorado las condiciones de higiene, alimentación,... siguen existiendo pueblos muy pequeños donde el "qué dirán", el "chismorreo", las invenciones y conjeturas, siguen haciendo de ellos un infierno grande.
Creo conveniente aclarar que Villaveza del Agua, el pueblo en el que transcurre la acción, no es un pueblo ficticio. Es realmente un pueblo pequeño a 50 kilómetros de Zamora que cuenta en la actualidad con 195 habitantes.
La acción arranca en mayo de 1896, a finales de un siglo XIX marcado en España por la pobreza y la sombra de una guerra que se llevaba por delante a toda la juventud:
"Querida hermana,
No, la guerra no es lo que creía. No te lleva a tierras lejanas ni gentes distintas, la guerra es un país ella sola que huele a muerte, a sangre y a vómito ácido. Es obscena porque no tiene vergüenza de dejar a los hombres desnudos por dentro y, Tina, dentro no hay nada.
¿Recuerdas cuando eras niña y jugábamos a "¿Qué derrama el agua del tonel?". Siempre encontrabas aquello que era capaz de colmar el borde: la piedra justa o la bota lo suficientemente pesada. Pues la muerte es eso, y como tú, siempre acierta; entra y derrama todo lo tuyo para instalarse ella, te desaloja y te pierdes entre el barro y las maderas. Y no hay nada glorioso en ello".
La pobreza hacía estragos entre la población y ello acentuado por una explotación mayor, con condiciones leoninas para los arrendatarios de las tierras. Esto es lo que ocurre en esta novela, que vive además el enfrentamiento entre dos mujeres que intentan imponer sus normas a la comunidad. Dos mujeres, dos familias, odio y rencor que viene de antaño: Garibalda, una viuda enferma y obesa que domina todos con mano de hierro desde el sofá del salón de su casa, siempre asomada a la ventana que da a la calle. Su rival es Atilana, también viuda y con cuatro hijos que cuidar, trabajadora incansable de la tierra y preocupada por todo el "qué dirán" del pueblo.
Una novela histórica, por más que en ella no aparezca ningún personaje histórico, pero en la que se nos describe la vida de un pequeño pueblo alejado de todo en medio de lo que fue un final de siglo muy duro para España.
En el caso de la autora, Elvira Mínguez, debo decir que no parece en absoluto la obra de una debutante, su primera novela, por su profundidad y estilo. No es una lectura cómoda para el lector, porque se nos va a contar una historia dura, llena de crueldad, en la que pocos personajes aportan algo de luz ante la ruindad reinante en todo el pueblo, donde no aparece el amor o la empatía por ninguna parte, incluso entre los mismos familiares, cada uno buscando su propio interés sin importar ser madre o ser hija. Una novela que transmite angustia y soledad, donde el amor parece una quimera ni siquiera al alcance de los más ricos.
Una novela dura, muy dura, pero a pesar de esta dureza recomiendo encarecidamente su lectura por lo descrito, por cómo lo describe, y por la pluma que utiliza la autora (me ha gustado el vocabulario utilizado de la época, he tenido que recurrir en ocasiones al diccionario pero me ha encantado conocer palabras nuevas para mí):
"Los atardeceres en esta época no se pueden atrapar, Baldo, son furiosos y dominantes; estallan siempre alejados de nosotros y nunca se quedan quietos en el aire. Míralo: el cielo se rompe en pedazos rojos y naranjas con tanta rabia que estas pobres nubes blancas no tienen más remedio que esconderse en el horizonte y allí esperar a la luz violeta que es la única que puedo con ellos; entonces, cuando las nubes ya se han teñido del color de la lavanda y ya no se reconocen entre ellas, corren a esconderse entre las hojas e los enebros, atemorizadas unas de otras. Las hojas las atrapan con sus espinas y ellas quietas en la sombra de la tierra, sueñan que vuelven a ser libres".
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